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Santa Cruz de la Sierra

Vida silvestre: entre la emoción y la razón

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columnista

Huascar Azurduy

Partamos de la premisa que biológicamente, la vida silvestre (del latín silvestris=propio de la selva) no se rige bajos los cánones morales y éticos que el hombre ha convenido para sí mismo. Si bien se pueden evidenciar muchas convergencias y similitudes como la cooperación, la conciencia, el aprendizaje, el cuidado parental, etc. Las mismas no pueden ser humanizadas al extremo de crear la ilusión de una integración total entre humanos y la vida silvestre per se.

Para entender algo de esto, basta pasar unos días muy adentro del bosque y alejados de influencias humanas, pero además desprovistos de artilugios como carpas, colchonetas u otros enseres para posibilitarnos un contacto crudo y real con el monte. En una experiencia de este tipo, algo que vamos a observar es una faceta de la vida donde la lucha por la sobrevivencia a los ojos humanos es dura, despiadada, encarnizada… sobre todo cuando se trata de obtener recursos vitales como el alimento donde los carnívoros atacan, matan y se comen o a los herbívoros, hongos que desde adentro paralizan y matan a insectos o colonias de hormigas que invaden nidos de otras hormigas a las que exterminan para su beneficio.

Detrás de esa acción hay millones de años de evolución que en el caso de los carnívoros han logrado dotar de estructuras como garras, dientes que cortan y desgarran, forma corpórea y muscular que dan velocidad y fuerza, todo ello acompañado de un cerebro capaz de proyectar una estrategia de ataque que debe ser letal, ¿todo ello para qué? Simplemente para lograr incorporar energía a su sistema y que éste pueda seguir vivo y funcionando, si no, simplemente muere…

¿Eso es bueno o malo? En la naturaleza no existe lo bueno o lo malo, existe lo conveniente y necesario para sobrevivir y/o adaptarse en el tiempo. Bajo esas premisas se configuran principios que rigen las interacciones entre los organismos silvestres cuya memoria genética y comportamental es muy fuerte, algo que es evidente en procesos de domesticación.

El caso de los perros es muy gráfico, dado que en origen provienen de poblaciones ancestrales de lobos grises (Canis lupus) de hace mas 30.000 años, siendo de hace unos 15.000 años los primeros fósiles de perros enterrados con humanos. Y es que se asume que en la edad de hielo hubo lobos que se acercaron al calor de las fogatas humanas para calentarse y recibir de tanto en tanto algo de alimento, acciones iniciaron su domesticación. En la actualidad y luego de procesos agresivos de selección artificial vemos a los lobos convertidos en mascotas en una gran variedad de formas, tamaños y colores, desde el gran danés hasta los caniches a los que la gente acostumbra a ponerles moños y esas cosas, o, los vemos recibiendo a sus dueños batiendo la cola y desarrollando un vínculo muchas veces fuerte. Pero OJO: genéticamente los perros no han dejado de ser lobos, de hecho, el nombre científico del perro es Canis lupus familiaris, de modo que en la práctica convivimos con una variedad o subespecie de lobo, algo corroborado el 2005 en la publicación del genoma del perro en Nature. Eso explica la razón por la que según la Asociación Médica Veterinaria en los Estados Unidos en datos publicados el 2003, cada año se registran alrededor de 4,5 millones de ataques de perros, de los cuales, más de 800.000 casos necesitaron atención médica por las mordeduras siendo niños la mayoría. De las siete razas de perros identificadas como peligrosas, una de ellas entre 2005 y 2017, causaron 284 muertes que en proporción significó el 66 %.

Entonces, si este proceso de domesticación que data de haces mas 15.000 años genera estadísticas como las mencionadas, sin ser peyorativos, ¿que esperamos con especies completamente silvestres que se introducen a ambientes urbanos y con qué fin? Esa, es una pregunta que amerita razón más que solo emoción. Los casos pueden ser diversos y con una infinidad de matices, pero concentrémonos en carnívoros grandes como pumas o jaguares, que pueden generar riesgos de ataques mayor. En estos casos una de las razones por las que se los trae a la ciudad es porque se los quiere salvar, rescatar o porque en la práctica no se ve mejor alternativa. Esa acción muy humanitaria y llena de buenos propósitos, en la práctica implica tener a especies como el jaguar que requieren de más 15.000 Ha de territorio, confinados a espacios extremadamente reducidos en los que supuestamente están a salvo, pero a la vez, estresados, sedentarios y con la manifestación de patologías comportamentales como:  trastornos alimentarios, automutilación o daño físico causado a sí mismo, comportamientos sexuales anormales, apatía, relación madre-cría anormal, agresiones excesivamente intensas o dirigidas a individuos equivocados u objetos (resultado del hacinamiento, exceso de animales dominantes, aislamiento social, tensión por los visitantes humanos observándolos), estereotipias o comportamientos realizados obsesiva y repetitivamente como andar de un lado a otro, girar en círculos o morder los barrotes.

Estos individuos conductualmente anormales, enfermos y estresados, pueden ser bombas de tiempo que explotan el momento menos pensado y que si bien fueron salvados de eventos como la deforestación, incendios, etc. pueden terminar en refugios en los que paradójicamente les puede ir mal, de modo que la buena intención puede ser un boomerang para la especie silvestre dado que si suceden fatalidades producto del ataque de jaguares a humanos, hay una burbuja y una ilusión que se va romper en parte de la sociedad, que se preguntará por qué un jaguar hizo eso, si se lo salvó, se lo cuidaba, se le daba de comer y se lo quería. Pero peor aún, al romperse el encanto, se van a profundizar sentimientos como el miedo que desfiguran a ese “peluche mental” que muchos se habían imaginado.

Los jaguares, así como el puma no son peluches, ni pueden ser mascotas; son carnívoros que (si están con patologías en su comportamiento) pueden desmedidamente atacar, hacer daño y matar. Cabe preguntarse también si los jaguares no están felices ¿tiene sentido continuar con el modo en como se gestionan y manejan actualmente los procesos de salvataje, custodia y uso de este tipo de carnívoros mayores? que los mantiene vivos, pero a un costo y riesgo que vale la pena poner en la balanza para tomar en adelante las mejores decisiones posibles.

Finalmente, si en esa experiencia de “encerrarse”, solo, en un monte virgen y se tiene la suerte de ver a un jaguar en su medio donde posee su territorio, su alimento, su actividad… lo veremos tal cual es: curioso, sigiloso, arrogante, fuerte y con un vigor latente que te mantiene a una distancia equivalente más que al miedo, al respeto…

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