Huascar Azurduy
Las nuevas generaciones de ambientalistas, conservacionistas, biólogos y sociedad en general deben conocer la labor de personas que contribuyeron no solo al conocimiento del ambiente, sus componentes y procesos, sino que han dejado un legado que debe inspirar e impulsar su continuidad. Los estados y sociedades en verdad civilizadas no olvidan a quienes aportaron de manera significativa al conocimiento y su historia…
Son las 2 de la madrugada del año 2005 en un ambiente un tanto frío de la Parroquia de Pampagrande. Al frente mío tengo a un fraile con su sotana propia de la orden de los Dominicos. Su cigarro Astoria ha ido y venido matizando una conversación que ya lleva unas buenas horas y que no es precisamente sobre “fe”, sino, sobre evolución e historia natural. Sorprende la acuciosidad y profundidad de sus comentarios durante la discusión, es obvio que su mirada va mas allá de cánones y doctrinas desplegando así una faceta intelectual intensa basada no solo en libros leídos, sino en algo aún más significativo aún: sus observaciones y vivencias personales en estos montes típicos de los valles mesotérmicos. Al final, no solo es una cátedra de sus pensamientos e ideas, es una evidencia de su pasión por estos parajes naturales cuya conservación ha hecho su causa…
En esencia el encuentro con este fraile no fue muy diferente a cuando lo conocí 14 años antes. En esa oportunidad sintonizamos gracias a que coincidentemente conocíamos algo del trabajo del paleontólogo jesuita Teilhard de Chardin, esa fue la punta del ovillo que dio origen a una amistad intelectual con anecdotario de por medio. No olvido la vez que mientras lo esperaba en la última banca de su iglesia a que termine de dar una misa, llamó la atención a sus feligreses diciendo:
“Como les he dicho, no olviden recoger los bichos que encuentren muertos y entregármelos, he sabido que doña (…) recogió el esqueleto de un animal ¡y no lo ha traído a la parroquia!”.
Y es que este fraile, era un voraz colector de especímenes muertos o restos óseos que nutrieron las colecciones científicas del Museo de Historia Natural Noel Kempff Mercado. Ya sea que se los trajeran desde distintas comunidades del Municipio de Pampagrande o los encontrara atropellados por la carretera, los recogía, guardaba y conservaba me manera muy meticulosa.
Los insectos los guardaba en alcohol, los huesos en bolsas, fragmentos de caparazones en cajas, cascarones de huevos de aves silvestres cubiertas cuidadosamente en algodón, etc. Todo material por muy pequeño o grande, siempre estaba rigurosamente acompañado de sus datos de localidad, fecha de colecta, quien se lo envió y no faltaban las notas que adjuntaba sobre observaciones personales sobre el sitio de colecta, condiciones del material, hora de colecta, o, descripciones y comentarios que rescataba de los propios comunarios. Gracias a su daltonismo tenía la ventaja de ubicar más fácilmente animales muertos en caminos y carretera. En su camioneta no faltaban: bolsas, papel para escribir, cajas de cartón, en fin, material básico de colecta. Si divisaba algo, se detenía y pacientemente recogía el material, escribía sus notas, embolsaba todo y si era algún animal muerto llegaba a su parroquia y ponía a congelar el material.
Dedicó alrededor de 24 años de trabajo voluntario a colectar material natural. Las colectas por él organizadas, centralizadas y enviadas al Museo Noel Kempff Mercado principalmente fueron: insectos, anfibios, reptiles, aves y mamíferos. Ocasionalmente enviaba también: fragmentos de rocas, fósiles de invertebrados marinos (hay afloramientos devónicos en la zona) y también material arqueológico.
Todo este esfuerzo inspiró y fue la base para la publicación del libro Historia Natural del Municipio de Pampagrande (Azurduy, Ledezma, Aramayo & Langer -eds-, 2004), un esfuerzo voluntario que desde el Museo Noel Kempff, logró articular a cerca de 80 personas entre investigadores, revisores, asistentes de campo, preparadores de especímenes, sistematizadores de información en bases de datos, 12 instituciones y 61 campesinos de 15 comunidades de Pampagrande, que en un periodo de más de 3 años hicieron alianza y se propusieron elaborar un libro que registre, compile y difunda diferentes aspectos del ambiente natural de Pampagrande.
Dos años después de la presentación del libro sobre la Historia Natural de Pampagrande y pese a su obstinada y terca negación a ser parte de publicaciones, publicamos juntos una nota científica sobre el registro más austral de la Pacarana, Dinomys branickii, un trabajo biogeográfico que ampliaba la distribución de esta especie, basado en un espécimen rescatado por el propio fraile de las manos de un cazador en una comunidad denominada San Juan del Potrero, y es que este fraile atípico podía ir a las comunidades a transmitir “fe” y volver con especímenes para la ciencia.
Su curiosidad era insaciable y le encantaba hacer incursiones al monte con sus inseparables abarcas. Las veces que hicimos incursiones juntos era como rendir examen y creo que en lo personal salía con más preguntas que respuestas, o sea, con mas alimento para la mente…
Entender a este fraile de origen alemán pasa también por entender la impronta dejada por su hermandad de los Dominicos de Teutonia, que en su momento cuestionaron duramente y sin miramientos, la participación de la Orden en las Cruzadas Albiginenes que buscaron exterminar a los Cátaros, de ahí que no me extrañaba su frontalidad y reacciones sin adornos, ni suavizantes… “¡Carajo! Estos (…) ¡están tumbando el monte!” espetaba cuando se enteraba de desmontes ilegales dentro del Parque Nacional Amboró del que, sin buscarlo, fue un defensor.
Van a ser 10 años que este fraile ya no está físicamente en este planeta, pero su legado permanece cabalgando cual templario en pos de su propia cruzada.
Cuando lo abordé por primera vez le dije: ¿Fray Andrés Langer? Solo asintió con la cabeza sosteniendo su Astoria en mano…
