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Santa Cruz de la Sierra

Ecos de un bosque llamado Chiquitano

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Huascar Azurduy

columnista

En esas regiones cuando vienen las lluvias el campo se inunda por completo… Por el contrario, en la estación que transcurría, la falta de agua se hacía sentir en todas partes… Seguí la orilla del bosque, luego entré en una llanura vasta, cubierta de palmeras carondai… El calor excesivo resultaba intensificado por la absoluta carencia de sombra. Sólo algunas especies mostraban, su follaje de triste aspecto. Lo que aumentaba el aspecto árido del bosque… A la salida del bosque atravesé la llanura decorada con palmeras carondai, mezcladas a palmeras mocatus… El aspecto pintoresco de la campiña me habría interesado sobremanera en otras circunstancias, pero devorado por una sed intensa y expuesto a los rayos de un sol incandescente, padecía demasiado para admirarlo. En la parada de San Lorenzo, por fin encontré un poco de agua estancada que, para hacerla tolerable, hubo que mezclar con harina de maíz”. Es lo que escribía hace más de 190 años Alcide d’Orbigny (naturalista y explorador francés) en su Viaje por la América Meridional y que describía una de sus experiencias durante su travesía, y que en este caso estaba haciendo referencia al Bosque Seco Chiquitano… uno de los Bosques Secos Tropicales más icónicos en el mundo junto con otros de gran escala que se encuentran en África o Asia.

Su nombre tiene dos componentes, uno, que es más ecológico, hace referencia a que, por sus características, obviamente es un bosque seco tropical; el otro, tiene una asociación más cultural, dado que la extensión geográfica de este sistema natural coincide en buena parte con lo que se conoce como la Chiquitania y todo lo que viene o es de ahí se conoce como “Chiquitano”. Pero más allá del juego de palabras, es evidente que hay una profunda relación entre este bosque con quienes habitan y habitaron la región desde la época en que grupos humanos se dieron a la tarea de buscar la Tierra sin Mal, abriendo brecha y senda con el Peabirú, un “camino” que, desde Brasil, llegó hasta las costas del Pacífico cruzando la Cordillera, y por donde se fueron sembrando pueblos que se quedaron en el camino. El pueblo Chiquitano o Monkox es uno de ellos y cuya cultura nos deja su lengua (el bésiro), pinturas rupestres, cerámica, petroglifos, una cosmovisión, costumbres, etc. Y que luego llegó a fundirse con elementos culturales que llegaron con la “conquista”. De esa fusión o sincretismo cultural nacen las Misiones de Chiquitos, con un estilo barroco mestizo único en el mundo, nace también la música barroca Chiquitana en proceso aun de descubrimiento; todo ello, conjuga elementos profundos donde la cultura y naturaleza se hicieron una.

Remontándonos más en el tiempo, hace más de 400 millones de años, lo que hoy conocemos como Chiquitania estaba cubierto por un mar en el que abundaba vida marina, sabemos esto, gracias a registros fósiles de invertebrados y peces marinos como los encontrados en la Serranía Santiago que geológicamente pertenecen al Periodo del Silúrico (423 millones de años atrás). Luego del reacomodo geológico de los mares, la vida en la plataforma continental se instala y evoluciona. Mucho más recientemente, entre 10.000 y 3.000 años se evidencia una sequía generalizada que consolidó a lo largo de esos 7.000 años el desarrollo de una extensión boscosa muy particular con especies adaptadas a ambientes más secos. En ese periodo, estudios en carbón acumulado en sedimentos de lagunas y polen antiguo, evidencian grandes incendios forestales que se dieron entre los 8.000 y 7.000 años atrás, lo que resultó en una disminución en la diversidad de este bosque seco tropical. De ese periodo vienen algunas especies de plantas con adaptaciones y estrategias para protegerse y tratar de sobrevivir a un incendio. De ahí que la historia del Bosque Seco Chiquitano nos dice que es un sistema natural forjado por el fuego, sequías antiguas y cambios climáticos…

Si en la actualidad recorremos, algún tramo de Bosque Seco Chiquitano podremos observar algo que ha quedado grabado en la memoria genética y fisiológica de las plantas, y es que gran parte de los árboles dejan caer sus hojas, esa, es una de las tantas adaptaciones fascinantes logradas a lo largo de miles de años para evitar transpirar y ahorrar agua para la época seca.

Si además, ese recorrido, alejado de todo y en solitario, permite llegar hasta los farallones de la Meseta en el Parque Noel Kempff Mercado, por la noche y bajo un cielo tatuado profusamente de estrellas, quizás podamos ver al Piyo Sagrado, escuchar uno que otro rugido del jaguar, aleteos de Vampyrum spectrum que es el murciélago más grande del Neotrópico, o con algo de imaginación, escuchar ecos o murmullos en bésiro, la tamborita de los Yarituses, entremezclada con violines barrocos y un viento azuzado por un bosque con mucha memoria e historia…

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