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Santa Cruz de la Sierra

Ciencia, ambiente y poder

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Huascar Azurduy

columnista

Todo descubrimiento nuevo es producto de una travesía, una odisea… que se forja en un camino generalmente oscuro en el que se avanza a tientas, con la incertidumbre como motivación y el acierto como la excepción y no la regla… 

Los secretos de este planeta están ahí desde hace miles y millones de años, esperando a que el hombre los descubra según el desarrollo de sus capacidades y tenacidad en dar respuesta a las grandes preguntas. Una de sus herramientas en este propósito, es la ciencia, desde donde venimos descubriendo cosas como la evolución de la vida, la forma del universo, el comportamiento de los bosques o tratamientos de enfermedades en humanos. Con todo ello, el hombre se ha ganado algunas medallas al conocimiento, aunque en magnitud su logro equivalga tan solo una fracción de la punta del iceberg, por lo que, en la práctica, el hombre convive con un nivel de ignorancia descomunal que le impide ver la fotografía completa en muchos ámbitos de los cuales generalmente tiene piezas pequeñas que de a poco va descubriendo y haciendo encajar para entender y comprender procesos y fenómenos.

Ejemplos como la aceleración de la expansión del Universo, la reprogramación y edición celular, las más de tres dimensiones de la materia, agua en Marte, moléculas orgánicas en material extraterrestre, planetas parecidos a la Tierra, la nanotecnología, la conciencia animal, origen y evolución de los megaincendios, el genoma humano completo, etc. Constituyen parte de esos grandes descubrimientos que en conjunto nos permiten entender mejor este lugar que llamamos Tierra, y la naturaleza de lo que somos.

Pero centrándonos en nuestro pequeño planeta ¿cuál la incidencia real de los descubrimientos de la ciencia en el comportamiento y decisiones humanas? parece que depende, y voy a mencionar dos ejemplos:  si se trata de descubrimientos a favor de tratamientos para evitar o reducir muertes masivas en una crisis de pandemia (tipo COVID) la movilización de poder y recursos es evidente y relativamente rápida, comparativamente a la reacción ante los pronósticos y alertas de ecólogos y científicos afines sobre el cambio climático, la devastación de los bosques, el agua, y las consecuencias no solo sobre este planeta, sino sobre su propia especie.

Esfuerzos para llamar la atención al respecto son muchos, desde relojes que marcan el “momento” del segundo final, extensos manifiestos, conferencias de influyentes tipo Al Gore, miles de publicaciones científicas, etc. etc. Pero en la práctica, es evidente que no funciona y da la impresión de que se debe estar al borde del desfiladero para mover al poder global, como fue el caso de la pandemia; aunque de otro lado, las guerras o acciones brutales que están asesinando o cooptando poblaciones humanas, no hacen mella.

Desde el otro lado, la ciencia debe ser autocrítica sobre la efectividad de sus acciones (hasta ahora estériles) para incidir en el poder del que hasta ahora depende. ¿Podría funcionar una relación diferente con el poder?… ¿un “caballos de Troya” a medida?, ¿dar cuerpo y despliegue de a una especie de Biodiplomacia?, ¿transmisión “viral” de decisiones?, ¿juego de roles aplicado?, en fin… Parecen opciones desde el mundo de las ideas, aunque en escenarios de poder real, la naturaleza humana tiene sus impredecibles vericuetos.

Cualquiera sea el caso, al final es claro que el futuro ambiental de este planeta en parte depende también de un giro en el modo en el que poder y la ciencia se han relacionado hasta ahora, y eso debería marcar una estrategia en la que, a su vez, la ciencia no pierda su horizonte de racionalidad y conciencia…

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